En la quietud del bosque ocurrió una escena que hizo llorar a millones. Tras días de buscar y esperar, la madre finalmente comprendió que su bebé ya no respiraba. Pero no lo abandonó. Se recostó a su lado, lo acarició con la trompa, y lo sostuvo contra su pecho como si aún creyera que con un poco de calor podría devolverlo a la vida.

Testigos contaron que, desde ese instante, la madre elefante dejó de comer y beber. Permaneció inmóvil junto a su cría durante días, y cada vez que soplaba el viento, sus enormes ojos parecían llenarse de lágrimas.

Hasta que una tarde, bajo un atardecer teñido de tristeza, la madre exhaló su último suspiro… aún abrazando a su pequeño, como negándose a soltarlo.
El bosque entero pareció enmudecer. No hubo cantos de aves ni murmullo de hojas, solo un silencio de luto imposible de contener.
Una prueba desgarradora de que el amor de madre —sea humano o animal— es sagrado e inmortal.
Una prueba desgarradora de que el amor de madre —sea humano o animal— es sagrado e inmortal.
