

El hombre lo llevó a una clínica veterinaria cercana. La primera noche fue larga: el cachorro lloraba sin cesar, su cuerpecito temblando de miedo y recordando la pérdida de su familia. Tenía cama, comida y agua, pero estaba demasiado aterrorizado para tocarlos.

Con cada día que pasaba, la paciencia y ternura del personal de la clínica comenzaron a obrar milagros. Poco a poco empezó a comer, a confiar en las manos que lo cuidaban, y finalmente, un pequeño y tímido movimiento de cola saludó a su salvador.
Esta historia recuerda que los animales sienten miedo, dolor y amor, igual que nosotros. La supervivencia de este cachorro no fue cuestión de suerte; fue el poder de la compasión humana. Fue salvado porque alguien decidió no mirar hacia otro lado, sino actuar.